Una vez más, Kevin Parker demuestra que Tame Impala es una evolución constante de experimentación sonora. Y no la repetición de una fórmula ganadora
Tras más de una década de haberse acercado a la perfección psicodélica con Tame Impala, Kevin Parker se libera de las tensiones y expectativas sobre él y su proyecto a punta de electrónica. Lo anticipó con su sencillo en clave acid house, “End of Summer”, lanzado en julio de este año, siendo la primera pista de lo que hoy conocemos como Deadbeat (2025, Columbia). Un nuevo disco en el que desempolva las cajas de ritmo para llevarnos a la pista de baile. Una obra gestada desde la liberación.
Para su quinto álbum de estudio, Parker se inspiró en la cultura bush doof, que engloba a las fiestas electrónicas convocadas en las zonas rurales de Australia. Por esa razón, el músico describió a este trabajo como un «acto de rave primitivo en proceso». Esa aura de libertad y celebración se nota, precisamente, en el uso de patrones rítmicos y electrónicos: los tracks “Not My World” y “Ethereal Connection” surgen de la vibra del house, mientras que “Oblivion” coquetea con el dembow (tan propio de la música urbana). Lo que ha mantenido de sus antiguas producciones son las capas de sintetizadores y vocales saturadas, conservando su estilo espacial y envolvente. Su ‘Impala-dimensión‘.
De este modo, moderniza las raíces que lo llevaron del terreno alternativo al pop mainstream. “Dracula” y “Afterthought” presentan una producción meticulosa y representan su lado más comercial. Son, en esencia, éxitos radiales y trends de TikTok, ya que evocan la energía de clásicos como “Thriller” de Michael Jackson. Es el lado más pop de Parker, quien –no olvidemos– produjo álbumes como Radical Optimism (2024) de Dua Lipa, y participó en el soundtrack de la película Barbie (2023).
Pero Deadbeat (2025) no trata solo de euforia. Kevin también nos da acceso a su proceso creativo, sin filtros. “My Old Ways”, primera canción del disco, inicia con una grabación de voz y piano que transita hacia una producción completa, mostrando el puente entre ideas abstractas y tecnología musical. “No Reply”, el track que le sigue, refuerza este diálogo. Empieza como una canción típica de club para finalmente llegar a un solo de piano melancólico.
Esta transparencia musical se extiende a la estética visual. Las portadas de los álbumes de Tame Impala solían ser orgánicas y minimalistas; como aquella fotografía de unas rejas frente al Jardín de Luxemburgo (Francia) para Lonerism (2012), con las que reflejaba aislamiento y separación. Para Deadbeat, el arte principal es un retrato en blanco y negro, cándido, que muestra a Parker junto a su hija Peach. Esto nos indica que el giro va más allá de lo sonoro: ha pasado del ‘producto’ a la ‘persona’, y su liberación es tan íntima como artística.
Ante estos cambios que podrían considerarse ‘drásticos’, algunos referentes como Pitchfork y Anthony Fantano han señalado que este no es un buen disco. Sin embargo, hace diez años, su tercer álbum, Currents (2015), fue también cuestionado. Sus sonidos sintéticos distaban del rock psicodélico plasmado en el debut Innerspeaker (2010).
Lo cierto es que a Parker ‘las reglas del juego’ de la industria parecen importarle poco. Si no recordemos cuando lanzó “Let It Happen”, un sencillo que sobrepasaba los siete minutos de duración. Y, pese a todos los cuestionamientos iniciales, Currents llegó a convertirse en una cumbre del indie moderno y la introducción a Tame Impala para muchos. Incluyéndome, ya que los descubrí con ese álbum a los 15 años.
Kevin Parker no se aleja de su esencia en Deadbeat, sino que busca expandir sus propias dimensiones más que perfeccionar un sonido. Una vez más, prueba que Tame Impala es una evolución constante de experimentación sonora. Y no la repetición de una fórmula ganadora. ●
