David Bowie muere y resucita cada vez que sea necesario. En casi medio siglo de carrera, esa capacidad de reinventarse ha sido su marca distintiva, pero también su cruz. Es decir, ¿alguno de nosotros esperaría un disco suyo que no sea diferente al anterior, y al anterior, y al anterior?
Luego de una ausencia discográfica de diez años, el músico regresó en el 2013 con The Next Day, un álbum que nos mostró a un Bowie cumplidor, aunque algo fuera de forma en el plano creativo (aquí, como ejemplo de ello, algunos señalarán a la peculiar portada del disco). No parecía ser el hacedor de realidades que nos propuso en Reality (2003), ni mucho menos el genio desbocado de los años setenta.
Sin embargo, en Blackstar (Columbia, 2016) se ha confrontado a sí mismo; y ha ganado esa batalla. Este nuevo álbum nos muestra, finalmente, al verdadero Bowie del siglo XXI: uno que ha logrado adaptar su explosión inventiva a las nuevas sonoridades. En solo siete canciones, replanteó el rock en su forma más artística, más estética, apoyado en evidentes aproximaciones al jazz experimental.
Solo así podría sostener una canción de casi diez minutos (el track inicial “Blackstar”) o las estampidas rítmicas de “‘Tis a pity she was a whore” y “Sue (Or in a season of crime)”. Así llega el primer momento cumbre del álbum, “Lazarus”, donde el músico se confiesa y canta: «mírame, hombre, estoy en peligro y no tengo nada que perder», mientras los vientos se explayan con libertad única.
Los últimos once minutos son, quizás, lo mejor de Blackstar. “Girl Loves Me” nos muestra su frustración, tanto sonora (un patrón en la percusión que aparece de manera uniforme en el track) y lírica. La suite continúa con “Dollar Days” y su cadencia pausada, que contrasta con la oscura melancolía que expone en las letras: «días de dólares, sexo de supervivencia, estirando las colas hacia sus cuellos».
El final propuesto en “I can’t give everything away” no solo es pertinente, sino necesario, debido a su mistura de sonidos (saxofón incluido) y a su apuesta por melodías más concretas. Siempre críptico, siempre enigmático. Bowie atina hasta en el título del álbum: es consciente de que, hoy por hoy, es como una estrella que se aproxima al final, a la ausencia de brillo. Como si estuviera inmerso en el infinito, pero aún presente. ■
Sello: Columbia / RCA
Productor: David Bowie, Tony Visconti
Grabación: Estudios The Magic Shop y Human Worldwide en Nueva York (EE.UU)
Mezcla: Tom Elmhirst, David Bowie, Tony Visconti
Masterización: Joe LaPorta
Arte y fotografía: Barnbrook, Jimmy King, Johan Renck