El 2025 confirmó que la música internacional vive uno de sus momentos más fértiles en cuanto a riesgo y amplitud creativa. En un mismo mapa conviven la reinvención pop de figuras como Rosalía y Bad Bunny, el impulso hardcore refinado de Turnstile, la sofisticación soul de Blood Orange y las exploraciones electrónicas que encarnan productores europeos y latinoamericanos por igual. Esa mezcla —entre tradición, futurismo y escenas locales que hoy trascienden fronteras— terminó moldeando una temporada en la que los géneros dejaron de ser límites y se convirtieron en territorios de tránsito constante.
Esa variedad también se refleja en los orígenes y lenguajes que atraviesan a los propios artistas. Desde proyectos alternativos surgidos en Estados Unidos y Reino Unido, hasta propuestas que crecen desde América Latina —como las de Milo J, Silvana Estrada o Isabella Lovestory—, el año estuvo marcado por la convivencia de múltiples miradas sobre lo que significa crear en tiempos convulsos. Entre nuevas voces y regresos esperados, el panorama internacional consolidó una paleta amplia, emotiva y profundamente inquieta: justo el terreno donde Tercer Parlante elabora su ranking anual de los 30 discos que definieron este 2025.
10
Caroline
Caroline 2

El proyecto londinense Caroline vuelve a desplegar su sinergia colectiva en 2, un trabajo pensado como un todo, mucho más cohesionado que su debut homónimo de 2022. Ocho integrantes dialogan entre guitarras intrincadas, violines que irrumpen sin aviso y arreglos que bordean el folk experimental. La aparición de Caroline Polachek aporta un matiz inesperado en un álbum que consolida a la banda como una propuesta singular dentro del indie británico.
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9
Deftones
Private Music

La nueva entrega de los veteranos de Sacramento revive el imaginario que convirtió a Deftones en una rareza dentro del metal de los años 90. La banda de Chino Moreno abraza –tres décadas después de su debut Adrenaline (1995)– un sonido difuso, casi espectral, que funciona como eco de su propia historia. Hay riffs en caída libre, baterías expansivas y una voz que oscila entre el susurro y el colapso. Private Music, pues, reafirma su vigencia en plena era del doomgaze.
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8
Dijon
Baby

La intensidad emocional de Dijon adopta una forma nueva en Baby, un álbum que parece grabado con la puerta entreabierta. Respiraciones, ecos y capas de voz que se cruzan como si todo ocurriera en tiempo real. El músico de Baltimore mezcla R&B vaporoso, electrónica nerviosa y recuerdos noventeros sin caer en nostalgia vacía. “Baby!” y “FIRE!” muestran esa cadencia impredecible que convierte cada tema en un pequeño vértigo.
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7
Lambrini Girls
Who Let The Dogs Out

El dúo de Brighton aprieta el acelerador con Who Let The Dogs Out, un debut que mezcla distorsión, humor corrosivo y una mirada política afilada. Bajo riffs que rozan el post-punk y un bajo saturado que establece el ritmo, Lambrini Girls disparan contra el sexismo, la brutalidad policial y la gentrificación. Canciones como “Bad Apple” o “Cuntology 101” confirman un proyecto ruidoso, urgente y tan incómodo como necesario.
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6
Los Thuthanaka
Los Thuthanaka

El encuentro entre Elysia Crampton (también conocida como Chuquimamani-Condori) y su hermano Joshua Chuquimia Crampton da forma a un viaje donde la psicodelia andina y la distorsión guitarrera funcionan como arqueología sonora. Cumbia ralentizada, huayno en trance y guitarras que rozan el metal construyen un paisaje sin fronteras. “Kullawada ‘Awilla’” y “Parrandita ‘Sariri Tunupa’” son algunas de las piezas que revelan una propuesta radical y profundamente espiritual.
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5
Bad Bunny
Debí Tirar Más Fotos

En su sexto trabajo discográfico, Bad Bunny arma un mapa afectivo y político de Puerto Rico: salsa, plena, bolero y guiños jíbaros sostienen un relato donde tradición y futuro se entrelazan. Del soneo vibrante de “BAILE INoLVIDABLE” –probablemente, el hit del 2025– al ritmo folclórico de “CAFé CON RON”, Debí Tirar Más Fotos afianza un proyecto identitario que cuestiona la gentrificación y celebra memoria, territorio y comunidad.
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4
Geese
Getting Killed

Geese se mueve entre el desconcierto y la burla. Distorsiones que se retuercen, metales fuera de eje y un falsete que sabotea cualquier atisbo de solemnidad. “Trinidad” abre el camino de su cuarto álbum con un soul desarmado que termina en un estallido paranoico; “100 Horses”, en cambio, lleva el maximalismo al límite. Getting Killed funciona así: un vaivén de melodías clásicas y caos calculado que retrata, con ironía feroz, la extraña ansiedad de este momento histórico.
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3
Blood Orange
Essex Honey

Entre capas de funk de bajas revoluciones, pop tenue y quiebres instrumentales inesperados, Essex Honey revela a Dev Hynes –aka Blood Orange– en uno de sus retratos más humanos. El disco avanza como si recorriera Londres al amanecer: teclas cálidas, guitarras sin distorsión y melodías que cargan un peso emocional silencioso. Así, lo que antes era eclecticismo disperso encuentra aquí un hilo invisible: un luto íntimo convertido en paisajes sonoros que permanecen incluso cuando el disco termina.
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2
Turnstile
Never Enough

El cuarto álbum de Turnstile avanza como un torbellino que absorbe todo lo que encuentra. Contiene hardcore veloz, pop brillante, funk jazzístico y hasta un solo de flauta cortesía de Shabaka Hutchings. Lo notable no es la mezcla en sí, sino cómo la banda consigue que cada giro —el empuje emo de “Time Is Happening”, la arquitectura electrónica de “Dull”, la explosión prog de “Sunshower”— conserve su sello melódico y su filo rítmico. Never Enough confirma que el grupo puede estirar el género sin romperlo, saltando entre registros con una naturalidad que desafía cualquier etiqueta.
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1
Rosalía
LUX

Antes de cualquier concepto, LUX se siente: un disco que respira incertidumbre, que avanza con pasos vacilantes entre idiomas, rezos rotos y melodías que buscan algo más alto que ellas mismas. Rosalía arma esta obra desde un punto de quiebre emocional y espiritual, dejando que las canciones se contradigan, regresen a viejas intuiciones (“Mundo nuevo”) y abran pasajes luminosos junto a voces inesperadas, como la irrupción casi profética de Björk en “Berghain”.
Lejos de presentarse como reinvención, el álbum mezcla rumbas, electrónica tenue, coros sinfónicos y giros místicos como si registrar el desconcierto fuese su única certeza. LUX no predica: duda, pregunta y arde. Es Rosalía desmontando sus propias formas para perseguir un destello. ●
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