Marilina Bertoldi llega con un nuevo disco que confirma su voz única en el rock latinoamericano contemporáneo. En un momento donde la hiperproductividad y la autoexplotación parecen dominar nuestras vidas, su música se presenta como un grito de resistencia. Productora, compositora e intérprete, Marilina se encarga de cada detalle y construye un sonido que dialoga tanto con el rock argentino clásico como con referencias actuales. En esta entrevista, nos cuenta sobre el proceso creativo detrás de Para Quién Trabajas (2025, Sony Music), su más reciente trabajo discográfico.
Me llamó mucho la atención el nombre del álbum: Para Quién Trabajas. Es más una afirmación que una pregunta, ¿no?
Marilina: Totalmente.
¿Por qué elegiste este título?
M: Me gustan los títulos que dejan algo en duda. También me decían: «¿por qué no tiene un signo de pregunta?». Sí es una pregunta, pero completamente afirmada. Como esas que no requieren que nadie responda, porque ya sabemos las respuestas de manera interna. Lo que termina abordando el álbum es esa idea de que todos estamos atravesados por lo mismo. Las mismas problemáticas; el mismo jefe, el mismo monstruo del cual somos hijos. Todo tiene mucho que ver con el capitalismo, ¿no? La hiperproductividad. No podemos tener un segundo de descanso, y a la vez estamos todo el tiempo tratando de anular los pensamientos con el celular. Tomando mucho alcohol en la noche para decir «bueno, no voy a pensar». Todos compartimos los mismos problemas.
Para quién trabajas… una pregunta sin pregunta sobre ese ‘gran hermano’, que también puede ser uno mismo. La autoexplotación.
M: Hoy en día logran eso: que seas tu propio policía en cada segundo que tienes de intimidad. Incluso ahí no te sienes libre.
***
Influencias, sonidos y humor
El arranque del single “Autoestima” nos remite al “Demoliendo hoteles” de Charly García. El bajo me recordó a “Mejor no hablar de ciertas cosas”, de Sumo. Sin contar el sample de Luca Prodan, y el guiño al “Dr. Cobranza” de Bersuit Vergarabat. ¿Al concebir este álbum apuntaste a celebrar el rock argentino, o buscabas una mezcla más amplia?
M: Este disco toca muchas cosas que no son solo padecimientos argentinos, sino también sudamericanos, latinos. Por eso, en algún momento quise referenciar a ciertos artistas que hablaron de estas problemáticas, y que fueron irreverentes y rebeldes en épocas donde eso era muy difícil. Sentía que tener eso presente en la producción y mostrarlo sin sutilezas, era una apelación a la melancolía. A esa necesidad de reconocernos en un mensaje que hoy cuesta transmitir; especialmente porque ya no hay tanta atención o paciencia para explicar todo. Eso me dio un marco claro para ubicar estos relatos y, desde ahí, poder hablar de otras cosas. No tanto de explicar esta época —que ya está dicha, ya la conocemos— sino de retratar lo que se siente vivirla.
Pensaba también en los samples. Usas mucho las voces de tus sobrinos, como en el caso de la canción final del álbum, “Monstruos”.
M: Hay algo de las voces ‘sampleadas’ que me gusta, obviamente. Tuvo que ver mucho con que soy una tía que babea con su sobrino, pero también con una manera de poner paños fríos después de tocar temáticas que te pueden tirar un poco para abajo. Esto, más allá de que en el disco las voy abordando con un poco de humor o con el up tempo. Me pareció una buena forma de cerrar Para Quién Trabajas; era como decir: «bueno, ellos son el futuro, pensemos que esto sigue». Es la voz de un niño que está siendo muy cariñoso, muy inocente. Me parecía que sacaba un poco ese peso feo que tiene todo lo previo.

***
¿Cuáles son tus referentes musicales en la actualidad? Siento algo de St. Vincent en tu propuesta…
M: Sí, amo, amo.
¿Te influenció en la producción de Para Quién Trabajas?
M: St. Vincent me parece una artista súper interesante de esta época. Mk.gee también me interesa mucho, sobre todo por cómo construye el audio: desde elementos lo-fi, desde las TASCAM. Hay varios temas que grabé en mi casa y pasé por una TASCAM, así que estuve experimentando un poco con eso.
¿Con qué otros elementos experimentaste?
M: Con los circuitos, con la identidad del audio propio, con los ruidos. Quiero que se sienta el espacio en el que estoy grabando las cosas. Las respiraciones, por ejemplo, a veces se eliminan. Se sacan. Trabajé un poco con eso; con el micrófono que tengo —un SM7— que a veces se evita. Trato de incorporar un montón de elementos. Por eso, los artistas que más escucho son quienes tienen una identidad muy marcada. St. Vincent tiene eso también, y es lindo de ver porque te refresca un poco la oreja y te dice: «tú también puedes sonar a ti misma». Eso se aprecia.
Tal vez estamos en una época en la que todo tiene que ser muy pulcro, ¿no? Entre la inteligencia artificial y el algoritmo, se termina elaborando un producto que peca de ser genérico. Entonces, tal vez en esos pequeños detalles, como mencionas —dejar que el error respire— está lo verdaderamente humano y valioso.
M: Totalmente. Incluso cuando comparas sonidos, siento que hay una parte —además del error, que también me encanta— que tiene que ver con dejar las voces un poco más limpias. Pero también está pasando algo que se ve cada vez más: que ciertos sonidos empiezan a estandarizarse. Hay sonidos considerados ‘lindos’, y otros que son ‘feos’. Y los ‘feos’ son quizás los que salen de una pedalera Zoom de plástico que ya no se usa. Esas que tienen delay, chorus, phaser, overdrive… pero con un sonido muy particular.
Convertir lo ‘feo’ en algo con identidad.
M: Busco esos elementos que se consideran ‘feos’ —las máquinas de ritmo viejas, por mencionar algo— para decir a través de ellos: «yo les encuentro belleza, esto tiene identidad». Es importante. Eso te aporta un color y una frescura que inevitablemente te separa del resto. Está todo tan estandarizado que encontrarle la vuelta desde ese lugar termina siendo algo beneficioso para el artista.
Ahora que el género está más difuso, tal vez no hay nada más rockero que agarrar una guitarra de cinco dólares y que suene como tenga que sonar.
M: Sin duda alguna. Voy por ahí. Me parece lindo. De eso se trata buscar un sonido propio.
Es la primera vez que te encargas de la producción del disco. ¿Cómo fue ese proceso?
M: Me tuve que tomar un tiempo para poder hacerlo. Ya venía, disco a disco, agarrando cada vez más cosas, involucrándose más. Siempre tenía que apoyarme en alguien, y eso igual sigue pasando, porque en algún momento tienes que hacerlo. Pero lo que más deseaba era poder hacer las maquetas y conservar esa frescura. Grabar el disco y decir: «suena igual que la maqueta». Y lo logré. Me tomó casi dos años armarlo, porque fue hacer todos los arreglos, mezclar, llamar a alguien si necesitaba que grabe algo, pedirlo específicamente, buscar y dirigir la orquesta.
Finalmente, ¿nos recomiendas un disco? Uno que estés escuchando, un 10 de 10, que no te falle nunca.
M: Bueno, no es actual, pero si tengo que pensar en uno, yo siempre pienso en el mismo disco siempre: el homónimo de Sheryl Crow. Es de 1996. ¡Discazo! Escucha la batería del primer tema, increíble. Las letras, las melodías, no tiene ni un tema de más. Para mí es el mejor disco que escuché. De los nuevos, recomiendo Anónimo (2025) de Juana Aguirre. Buenísimo. ●