Narcosis: 40 años después, la esquina es la misma

En el aire flotaban burbujas de jabón, un dron, el vapor de cigarros electrónicos y el discreto tufo a cerveza alemana. Y, sin embargo, “toda la mierda es la misma” (Zcuela Crrada, 1985). Ese fue, en el fondo, el conflicto que atravesó el concierto de reunión de Narcosis, a 40 años de la aparición de su fundacional maqueta Primera Dosis: la tensión entre las transformaciones cosméticas de la escena subte en estas cuatro décadas (¿sigue siendo una escena?) y la vigencia del vómito musical de aquellas bandas ochenteras, precipitado por aquello que sigue pulsando en las venas de un país empecinado con la circularidad de su trágico proyecto de nación.


El Teatro Leguía, el último sábado 30 de agosto, funcionó como un pasaje hacia esa Lima ochentera que, con el retorno a la democracia, se resignó a languidecer bajo la amenaza terrorista y la anestesia colectiva. Una sociedad que, pese a sus conflictos internos, no lograba desembarazarse del conservadurismo y la consiguiente escasez de canales para la genuina expresión juvenil. La respuesta, al menos desde el rock subte, fue entonces feroz: músicas crudas, sin concesiones ni prejuicios. Unidas no por un canon de género sino por una ética autogestionaria, inspirada en la moral punk. El grito subterráneo persistió por unos años aunque el silencio general sonara más fuerte. Hasta que en los noventa los fuegos artificiales de la ilusión del progreso —sumados al desgaste y la adultez de sus voces más visibles— lo redujeron casi a susurros.

Con los 2000 llegaría el renacer. Una generación en transición, marcada por recuerdos tempranos de la decadencia nacional y la pesadilla terrorista, pero con algo más de terreno para buscar un lugar en el mundo, redescubrió a Narcosis y a las bandas seminales del 85.

Fue entonces cuando se dio la primera reunión de Narcosis (en el Kaos, el desaparecido canchón de Alfonso Ugarte, en 2001). Y la banda dejó de ser solo mito oscurecido por los años y la falta de difusión. Con el tiempo —y otras reuniones esporádicas— Narcosis obtuvo el sitial que su legado sonoro reclamaba. Al menos dentro del público del rock independiente en el país.


Así, llegado 2025, para celebrar los 40 años de la aparición del grupo (que se disolvió apenas un año después), el evento abrió con los incontestables Morbo: bastión vigente del punk limeño surgido en pleno derrumbe de los noventa. Una máquina rockera obstinada en carcomer los nervios hasta dejarlos en carne viva. En unas siete canciones ofrecieron un recordatorio de que lo subte no quedó congelado en el 85. Mutó, se deformó, se contaminó con otras violencias, con otros ruidos.

Y, claro, “Represión de mierda” o “Me llega al pincho” —con la que cerraron su participación— funcionarían igual de bien para hablar de Lucanamarca, de El Frontón o de la criminalización de la protesta en pleno 2025. Con arengas directas sobre el contexto político actual, Morbo se erigió como genuina muestra de una generación que recogió las cenizas del primer incendio para avivar un fuego más espeso, más difícil de domesticar. En esos cadenazos de resonancias se hizo evidente que la memoria no se limita a celebrar lo que fue, sino a constatar cómo siguió reverberando en formas cada vez más extremas.

Voz Propia, los hijos prematuros de la primera emanación subte, tomó la posta. Con un breve repertorio condensaron la impronta de la segunda camada con sus esfuerzos musicales más recientes. La banda de Miguel Ángel Vidal arrancó con “Lentes amarillos” y “Mil muertes”: ejercicios perfectos del dark inconfundiblemente limeño, que supieron dar a luz con coetáneos como Lima 13. “Ya no existes”, marcha fúnebre sobre el ostracismo, la alienación y la autodestrucción que marcaron el espíritu de aquellos años, se alternó con la sentida “Los días y las sombras”, “El sueño” e “Invisible”. Para entonces ya tocaba sobre la tarima Raúl Montañez. Omnipresente ejecutor del rock subte, con pasado en Leusemia, Zcuela Crrada y Guerrilla Urbana/Ataque Frontal, todas de la primera camada.

Precisamente tras la ovación de la hinchada vozpropiana llegó el bloque de Montaña, acompañado por un conjunto de notables músicos locales (entre ellos, Carlos González, de los excelentes Radio Criminal). El músico revisitó cerca de una decena de canciones clásicas de su repertorio (todas de un playlist inevitable del rock subte). Entre estas “La esquina es la misma” (Zcuela Crrada), “Astalculo” (Leusemia), o martillazos sonoros como “Asco”, “Eres una pose” y “Vivo en una ciudad muerta” (Guerrilla Urbana/Ataque Frontal). Para entonces, la sorna de Jesús Manillas —voz de Morbo— al inicio del show («Veo mucha gente tranquila, muy educada») había perdido validez ante un público que se había soltado en el pogo.

(Fuente: Tetradotoxina)

Las frustraciones juveniles de hace cuatro décadas, en clave hardcore, sonaban como motosierras fuera de control, tan vigentes hoy pese a la pica-pica de la hiperconectividad y el TikTok. En esa masa informe se fundían viejos habitués del circuito punk limeño ya entrados en los cincuenta años con una nueva oleada de seguidores, incluso algunos acabando de salir de la adolescencia. Mención a las notables visuales de fondo, que supieron combinar con acierto excelentes postales musicales subtes con imágenes de archivo periodístico de la violencia de la década.

Hasta que llegó el turno de escuchar «al entrañable amigo de siempre». Cerca a la medianoche, Wicho García y Pelo Madueño, acompañados del guitarrista Javier Chunga, tomaron el escenario con “La peste”. El cantante de Mar de Copas supo actualizar las letras de su vieja banda con temas actuales, como la violencia en Gaza y Palestina, la corrupción política, la alienación de las redes sociales. Sin renunciar a los relatos violentos sobre la represión y los sistemas de control, la informalidad y la pulsión tanática. Y no, esos himnos punk no fueron versiones domadas por los años. Sonaban más envalentonados por el desencanto de saber que «toda la mierda es la misma» 40 años después.

(Foto: Mario Colán)

Esa rareza llamada “El microbus” (un mini cuento sobre una pesadilla en la combi), “Asfixia” (una invocación hacia el descenso y el abandono vital) y “Vida actual” (otra postal homicida escrita desde la psicosis de una Lima imposible) siguieron.

El minimalismo sonoro del trío no restaba un ápice a la contundencia con que la banda sonó. Con los chillidos de García al borde del descalabro, el toque sin tregua de Madueño tras los parches y la guitarra de Chunga cumpliendo con honores el papel del desaparecido Fernando “Kchorro” Vial, músico fundador de la banda y agente crítico en el desarrollo de la movida subte. Tanto como músico de Espirales o Feudales, como difusor de las músicas nuevas que infectaron para bien a la incipiente escena. Desaparecido en 2020, “Kchorro” fue homenajeado con justicia a través de un interludio en video. Con música de sus queridos Joy Division de fondo (cuya influencia es igualmente notoria en los surcos de Primera Dosis).

También sonaron “Excusas”, “Hemicirco” y “Dextroza”, los puntos más violentos del pogo que, pese a su remezón, supieron contener en buena voluntad a la masa. Imposible dejar de lado “Destruir” y “Sucio policía”, quizás las dos pistas más reconocidas del disco. Por su lírica de cemento, que pese al espíritu de la época iba más allá del sencillo berrinche. Saltando con ingenio hacia la burla y la crónica de la realidad. Narcosis sonó brutal.

(Fuente: Tetradotoxina)

Entre los señalamientos a los nuevos cucos de la dura realidad nacional, Wicho aprovechó para hacer un llamado a las bandas punk locales («¿Dónde están? Deberían estar cantando sobre esto. Dejen las pantallitas por un rato»). Me pregunto, con curiosidad genuina, si esa crítica en forma de llamado a la acción es más cómoda o pierde validez cuando se formula desde la comodidad que te da el éxito de una banda como Mar de Copas.

Cuando la banda parecía al borde de un feliz colapso, junto a su público, el show ya acababa. (La maqueta tenía 16 canciones, de las cuales solo quedó fuera “Slacks asesina”). La banda salió prometiendo volver en el 2065. Una expresión más del cinismo y el nihilismo con que encararon esa y esta realidad, en letra y música. Narcosis volvió y poco cambió. Pero ese rock aún remueve, a viejos y jóvenes. Incluso detrás de las burbujas, los celulares y la cerveza importada, siguen parados esperando el bus en la misma esquina de país. ●