Hay una luz al final de este interminable túnel llamado Perú. Wilder Gonzales Agreda ha intentado seguirla desde hace tres décadas, cuando se inició en la música experimental a través de colectivos como Crisálida Sónica. Pero también lo ha hecho desde la gestión cultural con su sello Superspace Records, y desde la difusión, gracias a su imperdible blog Perú Avantgarde, el cual fundó en 2004. Para conmemorar el 20 aniversario de este espacio de entrevistas, reseñas y artículos periodísticos, el autodenominado ‘no-músico’ peruano publicará su primer libro bajo el mismo nombre: Perú Avantgarde: El despertar de la vanguardia musical. Editado por Heraldos Editores, será presentado este viernes 8 de noviembre en Bar Colmena del Centro de Lima, desde las 8 de la noche. Al respecto, conversamos con Wilder.
¿Cómo definirías este libro? ¿Una bitácora, un registro periodístico, un espacio de crítica musical?
Wilder: Tiene bastante de todo. Diría que es un libro multidisciplinario, porque incluso tiene poesía. Algunas reseñas lindan con lo poético. Amor al mar, por ejemplo; o las descripciones que hago de la música. Mis visiones. Todo eso se mezcla con la psicodelia y la contracultura, que está enraizado en la realidad de nuestra sociedad. En el Perú; en la Lima de los años 80, 90 y 2000.
¿Y cuán enraizada está la música experimental en el país?
W: Existe la particularidad de que ahora se quiere ahondar en la música experimental, pero desde un discurso de derechas. Desde la perspectiva de la Universidad de Música. Hay libros oficiados por la Universidad Católica, o exposiciones organizadas por la Cancillería. También están algunos colectivo vinculados con lo que fue Insumisión, porque Leo Bacteria ya se suicidó hace tiempo. Veo que en esa atmósfera está renaciendo la música experimental, lo cual me resulta curioso. En el mundo, las músicas experimentales no tienen que ver con el fascismo ni con la derecha; sino más bien con la contracultura, con lo leftie.
¿Por qué ese vínculo entre lo experimental y la derecha peruana, según tu lectura?
W: No lo sé. No entiendo cuál es el trampolín semántico o filosófico que utiliza la derecha peruana para relacionarse con la música experimental. Utilizan a Vallejo, a Bolaños. Cuando Bolaños tiene performances e incluso una pieza dedicada al ‘Che’ Guevara. Pero allí están los escritos académicos de la Universidad de California, que desmerecen a las expresiones experimentales de colectivos como Aloardi o los de Lima Norte. Nos tildan de marxistas, comunistas, o personas con discursos trasnochados.
Tu blog Perú Avantgarde, la fuente primaria de este libro que presentas con el mismo nombre, ¿es una respuesta a ello?
W: Sí, surgió hace tiempo por ello. Perú Avantgarde, tanto el blog como el libro, surgen en ese contexto. Publicar este libro era necesario, como varios me lo venían diciendo, ya que recopila un trabajo que se remonta a 30 años atrás. Quiero que quede como un registro para todos los que quieran zambullirse en él.
Con una lógica multidisciplinaria, como mencionas…
W: Con sus diversas perspectivas. No solo la biográfica, porque el libro tiene bastante de biográfico, sino a partir de las entrevistas realizadas a gente de la escena, quienes me narraron sus propias experiencias. Músicos emergentes y maestros en su rubro, como David Stubbs y Simon Reynolds.
El libro abre con una entrevista a Christian Galarreta (Sajjra, Tica) que data del año 2001. En la época, como recalcas en tu blog constantemente, pocos o casi ningún medio le daba voz a músicos experimentales y ruidistas. ¿Por qué creíste conveniente hacerlo tú?
W: Porque siempre le he dado importancia a este tipo de música. Desde siempre, en los años noventa, cuando era un adolescente y estaba en el colegio. Escuchaba esta música ‘distinta’. Para mí lo experimental nunca fue una tendencia o una moda. A mí me llena, y por eso le doy peso, la sustancia que se merece. Como cualquiera le daría el peso suficiente a Gilles Deleuze o Foucault, por ejemplo. Hago ese parangón con la música experimental. En 2001, pocos conocían a Christian Galarreta… pero escuchándolo y entrevistándolo intenté darle un peso.
¿Recuerdas a otros artistas a los que específicamente buscabas darle un peso en esa época?
W: En 1999, entrevisté a través de mi correo Hotmail a los Bowery Electric. El texto se iba a publicar en el fanzine El Telescopio, pero lo perdí. Conversé con el guitarrista Lawrence Chandler. ¿Cómo no darles peso si yo escuchaba su música en las ‘encerronas’ con la gente de la escena de esos años? Por otro lado, recuerdo que en el EP de Spectrum había una cita de “La Nueva Atlántida” de Francis Bacon. ¿Alguna universidad del año 1996 enseñaba esos textos y brindaba esa información? Ninguna.
En los años 90, también firmaste artículos en el diario El Comercio. Si bien luego te trasladaste al ámbito digital y de los blogs, ¿cómo explicas que un medio masivo te haya dado ese espacio en su momento? Es altamente probable que, hoy en día, El Comercio no publique nada referente a la música experimental o las escenas emergentes.
W: De hecho, en 2002 la revista Somos nos hizo un reportaje [a los miembros del colectivo experimental Crisálida Sónica]. Hoy sería imposible. Tampoco cubrirían a los artys [N. de R.: podría traducirse como ‘poseros respecto al arte’]. Pero sí hacen un reportaje sobre las reguetoneras feministas, que salen en portada como modelos. Bueno, eran otras épocas y otros ecosistemas. En el libro lo menciono: cuando era adolescente veía en la televisión a César Hildebrandt, y en el otro noticiero entrevistaban a Luis Alberto Sánchez. Eso sería impensable en el prime time actual. La cultura se ha envilecido totalmente, se la tiraron abajo.
Cualquiera diría que suenas como un viejo nostálgico que añora un mejor pasado.
W: No, para nada. Simplemente es lo que es. Ahora hay más libertades, se acepta más lo gay. Está el feminismo, y bacán. Pero eso no quita que se ha democratizado el envilecimiento de la cultura.
Pero, al mismo tiempo, con el impacto de internet y los medios digitales, así como con la posibilidad de que uno mismo pueda grabar, producir y distribuir su música, ¿no se ha democratizado también el arte? ¿No hay una oportunidad para lo experimental?
W: Por supuesto. Aunque la democratización de las tecnologías no es algo nuevo. Existe, por lo menos, desde los años 80 y 90. Se ha vuelto accesible. También está el otro factor: la abundancia. Uno tiene que saber escoger, porque hay un asalto constante de estímulos. Lo veo en la calle, cuando camino acá por el Cono Norte o el Centro de Lima. La gente está más pendiente del fútbol, la pornografía y el entretenimiento placentero barato. No se concentran, no piensan, no consumen la sustancia. La música experimental requiere de un poco de detenimiento. Escucharla exige una pausa. No es algo que necesariamente te va a dar placer inmediato o estimularte. Para eso está TikTok.
TikTok puede ser una plataforma interesante para la música experimental. Tú tienes una cuenta activa en esa red social…
W: Coincido, coincido. Y te cuento algo: yo subí a YouTube la música de Azul En Silencio, el grupo del Chino Burga previo a Espira. Alguien comentó que había llegado a mi video de “Tus ojos en las estrellas” gracias a la recomendación de una chica en TikTok. También está el caso de una argentina que hacía terapias de New Age Mindfulness y utilizaba una canción mía, “Música de las esferas”, como soundtrack para sus clips. Lo cierto es que hay demasiada información en las redes y para que exista ese match, todavía es difícil.
¿Por qué la crítica musical peruana, si asumimos que efectivamente existe, tampoco parece hacer ese match con lo experimental?
W: Extenderé un poco ese análisis. Por ejemplo, eso no sucede con la crítica literaria o cinematográfica. Mónica Delgado, Ricardo Bedoya, Isaac León… ellos te hablan de cine experimental, finlandés, iraquí.
¿A qué atribuyes que con el cine sí, y con la música no?
W: Uno de los entrevistados en mi libro, David Stubbs, tiene un ensayo titulado: “Miedo a la música: Por qué la gente entiende a Rothko pero no a Stockhausen”. En ese trabajo, intenta responder a esa pregunta. La música es inmediata, y es parte de una industria que en el Perú apenas se ha desarrollado. Las revistas locales sobre música han durado siempre muy poco o nada. No tenemos una publicación como la española Rockdelux, que tiene más de 30 años circulando; o The Wire, que sigue vigente desde los años 80. El problema con la música, y no solo con lo experimental sino con el shoegaze o el indie, es que aquí no hay cultura. La gente tiene que sobrevivir. Eso no permite desarrollar públicos, más allá del circuito barranquino, miraflorino y de hipsters que solo apoyan a otros hipsters.
¿No hay cultura… o la cultura no llega a todos por igual?
W: No hay. Nunca hubo un mercado que permita la aparición de un Electro-Z en Comas, o un Insumisión en Trujilo. Los que surgieron, son lunares. No podemos decir que exista un circuito como sí lo tienen Argentina, México y… ni qué decir… Inglaterra.
Con tu sello Superspace Records, sin embargo, has editado recurrentemente a artistas de Ayacucho, como Brageiki, Qoa Bock o Piero Límaco. ¿No podemos hablar ya de un circuito en esa región del país?
W: Ayacucho es una tierra interesante. Siempre hay sus marcianos. Gente como Piero Límaco, un ayacuchano que migró hacia Munich a los 15 años, tiene un disco de chillwave; muy a lo Washed Out. El problema es que el contexto local no los ayuda. Si hoy aparece un chibolo de 17 años que escucha a Stockhausen, pues es un lunar. El medio se encargará de aplastar sus exploraciones. Todo está desarrollado, desde la escuela, para que no surjan las humanidades.
¿Entonces la música experimental está condenada a ser de nicho en el Perú?
W: Claro. Te cuento algo: uno de los organizadores de estas ferias ‘indie’ de Lima me escribió para decirme lo siguiente: «escuchas música experimental y por eso no cachas». Si esa es la mentalidad de un supuesto gestor cultural, no hay nada más que decir. Vivimos en el mundo de Magaly Medina, de las calatas, de la última novia de no sé quién. La música experimental no empata con esas tendencias. Por más que ahora existan artistas como Arca.
¿No te gusta Arca?
W: Sí, me gusta. Tiene su lado experimental. También SOPHIE. Pero yo me concentro en el sonido más puro, y esas son cuestiones de nicho.
¿Cuál fue el criterio para seleccionar los artículos que finalmente son parte de tu libro?
W: El libro en realidad podría haber tenido hasta 600 páginas, pero publicar algo así requiere un mayor presupuesto. Fuera de eso, he tratado de ser lo más ecléctico posible con mi recopilación. No quise centrarme solo en los locazos ingleses o europeos, tampoco en los artistas limeños. He querido descentralizarme a mí mismo.
No quiero ‘spoilear’ el libro, pero me pareció muy interesante que dediques una sección a entrevistas realizadas con críticos musicales peruanos, como Fidel Gutiérrez o Hákim de Merv. ¿Por qué te parecieron relevantes sus opiniones personales más allá de la crítica musical?
W: Sucede que en Perú la mayoría de críticos musicales son unos ignorantes de la vanguardia. No voy a decir nombres, pero en La República la crítica musical es un chiste. En El Comercio, solo hay ‘metalheads’ y amantes de Pink Floyd. Para los medios masivos, probablemente lo más locazo es Sonic Youth. En esa línea, me pareció relevante conversar con gente que está fuera de ese ámbito y conoce de lo que habla. Fidel fue el primero que habló de Silvania, en 1995, para la revista Caleta. Por su parte, Hákim de Merv hizo un dossier sobre músicos experimentales para la revista SUB, una subsidiaria de Caleta, en 1999. Son pesos pesados de la crítica musical peruana.
Quisiera cerrar con una reflexión/pregunta. A lo largo de esta entrevista has mencionado a Stockhausen, Foucault, Deleuze, Bacon, entre otros nombres que podrían resultar pomposos para cualquiera que, como has señalado, vive ‘aplastado’ por este contexto social y ‘magalizado’. Sin embargo, eso también podría resultar en una barrera difícil de superar para cualquiera que quiera interesarse en la música experimental, si los propios músicos experimentales consideran que todo lo que está fuera de su ámbito «no es cultura». Mi duda es: ¿por qué alguien que escucha a Duki o Bad Bunny… no podría disfrutar también de Bolaños o Stockhausen? ¿O crees que eso es improbable?
W: No, no. Hay de todo. De hecho, tengo una anécdota: el año pasado, me escribió un chico de 16 años del Callao, que había llegado a mi blog buscando información sobre Dios Me Ha Violado. Él tenía un proyecto de ruidismo, y me parecía que estaba bastante bien. Le pregunté si sus amigos sabían de su obra y gustos musicales. «Para ellos soy un loquito. Dicen que mi música es de raros», me respondió. Sus compañeros eran ‘normalitos’, como decíamos en la época, pero siempre habrá alguien que se sale del molde. Obviamente, puede escuchar reggaetón al mismo tiempo, o las diferentes fusiones, que son la tendencia dominante en la actualidad. Gente como Tambino, o la misma Arca. Hay de todo y para todos. Tampoco soy Cipriani para decirle a los demás lo que tienen que escuchar o no. Yo solo comparto mis gustos. ■