Es imposible contar la historia de los legendarios Illapu en unas cuantas líneas. Pero sí podemos decir que esta empezó hace cincuenta años; incluyó un exilio debido a la dictadura de Pinochet en la década de 1980; y hoy continúa escribiéndose desde las raíces de la música latinoamericana. Desde los sonidos del Altiplano que, según ellos, sobrepasan cualquier frontera o ideología.
Aunque parece lejano el debut con Música Andina (1972), producción que los introdujo en la escena de la nueva canción chilena, los Illapu se mantienen vigentes. A pesar del tiempo, los géneros musicales de moda, las plataformas digitales y una pandemia global, como explica Roberto Márquez, uno de los fundadores de la agrupación. Él conversó con nosotros antes de su presentación este sábado 12 de noviembre en el Anfiteatro del Parque de la Exposición, en Lima.
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En la contraportada del vinilo de Música Andina, aparece un texto escrito por Inti-Illimani a modo de carta de presentación. Allí describe a Illapu como un grupo de jóvenes estudiantes que buscan reivindicar «la música de los pueblos altiplánicos que apenas figuran en el mapa». Esto, en el contexto de una explosión cultural en Chile durante el gobierno de Salvador Allende. ¿Cómo lee esas palabras cincuenta años después?
En esa época ya éramos distintos y novedosos desde el punto de vista musical, pero también desde lo social: reivindicábamos lo que todavía no era parte del circuito cultural. De allí que los Inti-Illimani escribieran eso sobre Illapu. Después de cincuenta años, todo ese empuje sigue viviendo en nosotros. Nuestras canciones aún se reconocen en nuestros pueblos y nunca desconocen lo social. Estamos fuertemente ligados a ello, lo que además se traduce en una fusión de las músicas de Perú, Bolivia, Chile, Argentina… del Altiplano. Ese es nuestro sello desde que empezamos.
¿Y cuán diferente es el sonido de Illapu?
Surgimos en Antofagasta, al norte de Chile. Cuando llegamos a Santiago a inicios de los años 70, empezamos a incorporar otros ritmos de Latinoamérica a nuestra propuesta, así como diferentes instrumentos: el cuatro, por ejemplo. Después, durante los años de exilio [en la década de 1980] incorporamos el bajo electrónico. Luego llegó el saxo, cuando quisimos tener un sonido similar al que se hace en Huancayo, en Perú. Así se va alimentando nuestra fusión.
Como usted dice, la música de Illapu siempre ha estado ligada a lo social. ¿Cree que la música actual también lo está de alguna u otra forma?
Cuando uno piensa en los fenómenos actuales, en todo lo que está de moda, hay una sensación de que invisibilizan las problemáticas más profundas del ser humano. Tampoco creo que uno tenga que vivir en la gravedad de estar siempre en eso, aunque claro que no se puede desconocer. Ese es otro aspecto que distinguió a Illapu: cantamos sobre el amor y el desamor con ritmos bailables, pero también vemos la otra parte de la realidad social.
Ustedes han cantando hasta sobre el sida…
Así es. A mediados de los años noventa, cuando el sida era un tema tabú en Chile, nosotros lanzamos el tema «Sincero positivo». Mientras los canales de televisión no querían pasar los spots sobre esta problemática, nosotros creímos que era importante informar a los jóvenes. Concientizar con música, de eso se trata.
Los discos de Illapu han tenido innumerables etiquetas musicales: folklore, saya, caporal, huayno, entre otras. ¿Ustedes se han decantado por alguna?
Es difícil ponerle un nombre a nuestra música, pero siento que proponemos una canción muy latinoamericana. A partir de la instrumentación, los ritmos y las temáticas, hemos logrado hablar de nuestro continente.
En 1981, la dictadura de Pinochet los forzó al exilio. Inicialmente permanecieron en Francia. ¿Cómo se puede concretar una canción «muy latinoamericana» desde tan lejos?
En plena dictadura, mantuvimos nuestro vínculo con lo social. Cuando ocurrió el exilio, tras una segunda gira por Europa que emprendimos en 1981, esos lazos estaban más fuertes que nunca. Vivir afuera nos vinculó aún más con Latinoamérica, ya que allí encontramos la solidaridad de nicaragüenses, salvadoreños, bolivianos, peruanos, brasileños, chilenos. Entonces fue un exilio muy nutrido, donde conocimos a personas de distintos pueblos latinoamericanos. Además tuvimos una mirada distinta de otros continentes; nos abrimos a Europa y África. Ya en 1986, viajamos a México y el contacto con Latinoamérica fue todavía más profundo. Es decir, el exilio jamás rompió esos lazos.
¿Cuál es su postura ante el nuevo gobierno de Gabriel Boric, quien en su discurso no solo ha reivindicado a Allende sino a distintas músicas?
Todavía no lo sé. Yo quisiera que se dé ese resurgimiento que tuvo la cultura durante el gobierno de Allende, pero no sé si se podría repetir. Hoy en día, más allá de Boric, la realidad es otra: existe una fuerte industria musical y del arte, que obviamente responde a varios intereses. Hay grandes transnacionales de la cultura. Siento que a partir de los años 90, cuando llegaron los gobiernos de la concentración y después la derecha de Piñera, la realidad que vivió Chile fue distinta. El arte, aquel que está más vinculado al folklore y a lo nacional, siempre ha sido difícil de promover desde entonces.
Estuve revisando algunos números de ustedes en plataformas digitales. Por ejemplo, en Spotify ya tienen más de 680,000 oyentes mensuales, un número considerable para estos tiempos. Además, algunas de sus canciones sobrepasan los millones de reproducciones. ¿Tienen algún reparo de que su música esté en estos nuevos espacios virtuales?
Para nada, como nunca tuvimos reparos de subirnos a cualquier escenario donde pudiésemos. Siento que los espacios hay que usarlos, y usarlos bien. Son herramientas que tiene, entre comillas, el mercado de la música para llegar a millones de personas.
Finalmente: ¿Le preocupa que Illapu se convierta en una reliquia del pasado en este mundo de fenómenos globales como el reggaetón, la música urbana o el hip hop?
No, en absoluto. Hay grupos de jóvenes que hacen rap o reggaetón y han mezclado esos sonidos con las músicas originarias. Ellos están poniendo en el mapa, por ejemplo, a la cultura e idioma de la Nación Mapuche. A partir de la fusión de distintas corrientes musicales, se mantiene vivo ese arte. Son nuevas formas que permiten a otros jóvenes el preguntarse: ¿de dónde viene la música andina? ¿De dónde surgió el quechua? Ese es el objetivo: abrir caminos y puertas. Y en Illapu estamos abiertos a esos fenómenos globales. ■