Urgente y acústico a la vez. El estadounidense propone 12 canciones de texturas orgánicas, que dialogan con exabruptos eléctricos en un viaje narrativo
La escucha de Headlights (2025, RCA/Sony), el décimo disco de estudio de Alex G, desembarca con una sensación clara: suena como un Wilco adaptado al gusto moderno. Producido por el músico estadounidense junto a Jacob Portrait, bajista de Unknown Mortal Orchestra, el álbum de 12 temas combina el dad rock urgente, ideal para el oyente millennial y centennial, con una duración breve en cada canción y una narrativa musical densa. Incluye una versión en vivo de “Logan Hotel” y los sencillos promocionales “Afterlife”, “June Guitar” y “Oranges”.
El registro destaca por sus texturas acústicas: las guitarras y pianos se entrelazan con arreglos de cuerdas, mandolina en “Afterlife”, acordeón y banjo, sin olvidar el espíritu jazz de cortes como “Is It Still You In There?”. Esa inclinación por sonidos orgánicos evidencia un enfoque artesanal, pero el disco también reserva sorpresas eléctricas inesperadas. Hacia la mitad de “Real Thing”, un estallido de disonancias y repiques a media distorsión rompe la calma, reactivando la tensión interior de su discurso musical.
Los pasajes crudos conviven con la sofisticación sintética. “Bounce Boy” introduce elementos de sonido artificial que contrastan el marco acústico predominante, dotando al álbum de una dimensión contemporánea. Aun así, la esencia de Headlights mantiene una coherencia narrativa, como si cada instrumento orgánico funcionara como hilo conductor en una historia crepuscular y emocional.
Ese arco narrativo se resume en la canción homónima, “Headlights”. En ella, Alex G canta:
“Well, I moved so fast / That no one could see me pass / And my heart grew cold / And my story went untold” [Bueno, me moví tan rápido / Que nadie pudo verme pasar / Y mi corazón se enfrió / Y mi historia quedó sin contar]
La letra encarna el tránsito rápido del tiempo y la melancolía de historias que se quedan atrás. En su décima entrega, el músico nacido en Pensilvania explora la importancia del camino —más que del destino— en un recorrido musical que propone urgencia, textura y reflexión. ●